Las grandes empresas españolas ponen los ojos -treinta años más tarde que en Estados Unidos- en los naming rights (derechos de nombre), una fórmula de patrocinio que permite al anunciante adquirir visibilidad al dar su nombre a una instalación (teatro, cine, centro comercial o un estadio) y celebrar eventos. De la noche a la mañana, la compañía parece así estar comprometida con el ocio, la música o el deporte y compartir con sus potenciales clientes valores como la creatividad, la sensibilidad, el esfuerzo o el juego limpio.
Estamos saturados de publicidad y nuestros hábitos de compra se han vuelto cambiantes, resbaladizos e imprevisibles. Hemos entrado, en palabras del publicista William Ryan, en la era del relato: "Olvídense de la mercadotecnia tradicional y los enfoques centrados en la marca. El mayor desafío al que se enfrentan las empresas es el modo de comunicar su historia de la manera más eficaz y creíble posible". No se compran marcas, sino los mitos y arquetipos que éstas simbolizan.
Todos los expertos consultados para este reportaje concluyen en lo mismo: el naming right -los derechos sobre el nombre- es un fenómeno imparable, sin vuelta atrás, que se va a extender en poco tiempo. En 1972, una empresa de alimentación, Rich Products Corp., compró el nombre del campo de fútbol americano de los Buffalo Bills de Nueva York por 25 años. Treinta y seis años después, el Rich Stadium es un icono nacional, como lo es el Kodak Theater de Los Ángeles, que acoge cada año la entrega de los Oscar.
En 1996, los Juegos Olímpicos de Atlanta fueron los Juegos de Coca-Cola. El gigante de las bebidas logró, tirando de talonario, escenificar en su ciudad natal un mensaje de hermandad entre los pueblos. Su maniobra sorprendió al mundo y desde entonces el peso de las grandes empresas en la vida cultural y deportiva de los países occidentales ha ido a más.
"Marca es crear significados, y el hecho de estar asociados a uno de estos eventos culturales y deportivos es una buena manera de lograrlo. Hay que buscar valores que tengan que ver con tu marca y meterte en la vida de la gente. Es lo que nosotros llamamos gestión de los puntos de contacto del cliente", explica Beatriz Soler, directora del Centro de la Marca de Esade. "Hacer marca es muy caro. Una cosa es tener notoriedad y otra construir un símbolo con significado. Que tus clientes sean tus propios embajadores para que te recomienden, como ocurre con Apple".
El patrocinio de acontecimientos cogió fuerza en España con las celebraciones de 1992 y aumentó con la Ley de Fundaciones de 1994. El régimen jurídico español permite a estas entidades destinar todos sus fondos a la creación de sus propios proyectos, a diferencia de Estados Unidos, donde parte de los recursos tienen que ir a manos de terceros, como un festival o una compañía...
"Las fundaciones culturales aquí son estrategias de comunicación", distingue Fátima Anllo, subdirectora de la maestría en Gestión Cultural del Instituto Complutense de Ciencias Musicales. Por eso, muchas de las grandes empresas cuentan con una fundación, además de patrocinar los grandes acontecimientos, como la Expo de Zaragoza, o a las grandes instituciones, como el Teatro Real. Y ahora encuentran un nuevo acomodo en los naming rights. "Es un mecanismo de transferencia de imagen y valores. Dime con quién vas y te diré quién eres", recurre al refranero Anllo.
Eduardo Salaberría, dueño de siete teatros en Madrid, calcula que el 90% del patrocinio cultural va a los proyectos públicos. "En España, y eso no ocurre en otros sitios, el imperio cultural es público, de los políticos. ¿Quién programa a Alejandro Sanz? Los ayuntamientos u otras instituciones", se lamenta. "¿Y por qué? Porque las empresas saben que si quieren conseguir licencias tienen que patrocinar determinado concierto de las fiestas", asegura.
Salaberría consiguió que en 2005 Movistar pusiese nombre a uno de sus teatros durante la representación del musical de Mecano y ahora la empresa del sector del mármol Compac se ha establecido en otro. "Con 150.000-180.000 euros al año consigues que, al menos, aunque estés a cero no tengas problemas para pagar los salarios de la plantilla. Nosotros no tenemos trato directo con las empresas y por eso mediante agencias, que sí saben cómo hacerlo, buscamos sponsors", prosigue el empresario. "Sólo quedan teatros privados en Madrid, más uno en Valencia y otro en Barcelona. Y todos estamos como locos por encontrar patrocinador. El problema es el contenido. Quieren programación blanca y por eso se fijan en los musicales", añade.
Esa idea es compartida por Renfe, que se publicita fuera y dentro del musical del Dúo Dinámico Quisiera ser, cuya acción transcurre en un tren de alta velocidad. Las taquillas tienen el diseño de un vagón y el visor de horarios se asemeja al de las estaciones de tren.
El abogado Antonio R. Roca Alomar, en su artículo Del Rich Stadium al Teatro Häagen Dazs, afirma que España está "todavía lejos de los acuerdos de Europa y a años luz de Estados Unidos". En España, calcula, los contratos de media son por 3,6 años, en el continente por 9 y en Estados Unidos por 19. "Los naming rights han dejado de plantearse como meros acuerdos de patrocinio para ser verdaderas asociaciones empresariales con una implicación y unos efectos mayores que trascienden el ámbito comercial", dice el letrado.
En Estados Unidos, la instalación se integra en el barrio. Por ejemplo, las firmas construyen pistas de baloncesto en las que las estrellas se exhiben ante los vecinos. Y en Barcelona ocurre algo parecido con el Espacio Movistar, ubicado en el campus de la Diagonal. "Tenemos mucha relación con la universidad. Organizamos conjuntamente exposiciones o les dejamos el espacio para sus eventos. Y nos reunimos periódicamente con las asociaciones de vecinos. Al principio estaban expectantes y ahora lo ven como un centro cultural más y participan", cuenta orgulloso Jorge Porcar, del Espacio Movistar. En los 2.000 metros cuadrados de carpa se celebran conciertos, proyecciones y muestras, y se asiste a talleres. El proyecto tiene caducidad: el verano de 2009.
"Esta adulteración de los espacios es menos artificial de lo que parece. Es una evolución natural. Por ejemplo, el estadio Bernabéu empezó llamándose Chamartín, y el Vicente Calderón, Manzanares, y a nadie le extraña que ahora sea el Calderón. ¿Por qué entonces vamos a demonizar que un teatro o un campo de fútbol se llame Benetton o Barceló?", se pregunta Eduardo Fernández Cantelli, profesor de IE Business School y ex director de marketing del Real Madrid CF y la selección española de baloncesto. "Es un soporte estático muy atractivo, porque ve el cartel todo el mundo que pasa por delante, y también es una buena estrategia de comunicación. Con estos patrocinios se crean lazos afectivos", sostiene.
Especialmente sorprendente es el caso, teñido de altruismo, de los 18 pilares de la catedral de Santa María de Vitoria. Su fundación ha propuesto a las empresas con significado en la capital vasca que restauren cada una de estas columnas, lo que supone un desembolso de 100.000 euros en 10 años. A cambio, una placa en el pilar con el nombre de la compañía reconocerá su labor, recibirán beneficios fiscales y podrán publicitarse usando imágenes de su interior.
"Tres empresas han firmado ya, de otras dos tenemos un acuerdo verbal y media docena más están interesadas", recuenta Juan Ignacio Lasagabaster, director de la institución. "Al fin y al cabo, el mecenazgo ha existido siempre. Como las capillas del Renacimiento pagadas por los nobles", argumenta. El carácter emprendedor del gerente es evidente. El templo ha acogido recientemente un concierto de Marlango y otro de electroacústica.
"En estos proyectos se ven los resultados a largo plazo, a partir de los cinco años, por eso sólo pueden animarse las grandes marcas. Las pequeñas no tienen tanto presupuesto para mercadotecnia", asegura Ignacio Maldonado, director de publicidad del BBVA. Fernández Cantelli remarca que el marketing comienza, no termina, con el contrato: "Tiene que integrarse dentro de un programa de comunicación".
"Si lo que se quiere es vender más el mes siguiente ésta no es la vía. Construir marca es un proceso muy largo", se apunta al razonamiento Beatriz Soler.
Otros piensan, en cambio, que el retorno económico de esta inversión es inminente. Lo asegura Mark Díaz Williams, de la agencia Amazing Lab, gestora del naming right de Compac. "A los dos meses de ponerle el nombre al teatro, ya nos resultó rentable. Sólo tener un logotipo iluminado en plena Gran Vía, una calle por la que pasan miles de personas diarias, es un gran negocio. Pero, además, el teatro por dentro está recubierto de mármol y lo ven 28.000 personas al mes, y cuando en los medios se habla de la función se cita al teatro y se sigue haciendo publicidad".
"Probablemente, contar con este dinero permite a los teatros ensayar en el mercado experiencias con menos riesgos", añade Fátima Anllo.
"El éxito de esta estrategia va a depender de la capacidad de influir en sus potenciales consumidores. Por eso tienen que buscar instalaciones en las que se celebren eventos para su público-objetivo", continúa Fernández Cantelli. "Red Bull, marca que se asocia con un subidón, necesita acontecimientos muy extremos y organiza en Las Ventas espectáculos arriesgados de motos", ejemplifica.
La marmolista Compac eligió un teatro que programa espectáculos caros a los que van aquellos que pueden permitirse una encimera exclusiva. O Movistar dio nombre a un teatro con un musical al que acudían jóvenes, el target de la operadora. Ésta paga también 7,5 millones por el mastodóntico pabellón Telefónica Arena, sede del equipo Estudiantes de baloncesto, el Masters de tenis y de diversas ferias.
"En el Metropolitan hay salas que llevan el nombre de grandes mecenas, y lo mismo en Inglaterra con las butacas de los teatros. ¿Por qué no va a pasar en España?", se pregunta Anllo. Sí, pero con reservas. Cuesta mucho imaginar a José Tomás saliendo en San Isidro por la puerta grande de la Plaza Reebook.
Vía El País
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