Hace ya un par de años que JJ Abrams comisarió un número especial de la revista Wired. En la misma, aparte de coordinar contenidos y demás Abrams escribió (o eso es lo que se sospecha) un artículo titulado Musical Mystery Tour: Messages Embedded in Your Favorite Album. En el mismo se hablaba de los jeroglíficos ocultos en los discos de algunos grupos musicales (siendo el ejemplo más trillado el de "Paul está muerto" de los Beatles). Pues bien, Abrams (o su vasallo) mencionaba en la pieza a un grupo, "mítico" según él, llamado Violet Sedan Chair, cuyo disco Seven suns, contenía algunos temas capaces de producir "alucinaciones" a aquellos/as que lo escucharan en determinadas condiciones acústicas. El asunto no fue a más, una referencia curiosa en un artículo sin excesiva trascendencia. Sin embargo, cuando en el último capítulo de la serie Fringe (emitida en España por Canal + y AXN, diales 1 y 22 de Digital + respectivamente) apareció como invitado el actor Christopher Lloyd (recordado por su papel de científico chiflado en la trilogía de Regreso al futuro) interpretando al teclista de la supuesta banda muchos empezaron a temerse lo peor. Poco después una fan de la serie encontraba el vinilo de Violet Sedan Chair en una tienda de discos de segunda mano en Seattle, los foros empezaban a hablar de casos similares en San Francisco y Los Ángeles y varios temas de la presunta banda aparecían -rizando el rizo- en Youtube.
Ahora ya empieza a quedar meridianamente claro que Abrams (creador de bombazos como Perdidos) había metido otro gol por la escuadra al crear un concepto que jamás se había visto en el mundo de la televisión: el marketing retroactivo.
Dos años ha tardado el fan en encajar las piezas del rompecabezas: cuando Walter Bishop (el maravilloso mad doctor que protagoniza Fringe, interpretado por el soberbio John Noble) se pasó el último episodio de la serie hablando de las bondades de la banda y el supuesto teclista aparece por ahí interpretado por un icono del cine de fiesta y palomitas es que algo huele raro: ni la formación existe, ni ha existido, ni -aunque nunca se sabe- existirá. Todo ha sido una invención, un juego de manos, un brillantísimo truco de magia.
De momento nadie ha abierto la boca para reconocer nada. Pero la campaña viral puede considerarse desde ya (y hablando en términos anglosajones) el pay off más dilatado de la historia de la tele y lo que sí se sabe es que los vinilos, ilustrados al más puro estilo vintage para darle lustro al asunto, se han convertido ya en una codiciada pieza de coleccionismo (a precios astronómicos, obviamente).
Mientras tanto Fringe, una deliciosa serie que no para de crecer en ambición y resultados, lucha consigo misma para sobrevivir a una temporada en la que los espectadores no le han sido todo lo fieles que se le suponía. El último -y temido- movimiento de la cadena estadounidense Fox, casa madre del proyecto de Abrams, ha sido trasladarla a la noche de los viernes, considerado por los expertos el cementerio de series por excelencia donde van a morir los que están a punto de ser borrados del mapa (la parrilla en este caso). Sin embargo, y para sorpresa de muchos, la serie ha resucitado y en su primer viernes ha engañado a la parca y se ha hecho con casi cinco millones de espectadores. Al final va a resultar que el marketing -por delirante, estrambótico y retorcido que sea- funciona.
Vía El País
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